lunes, 26 de octubre de 2009
Furia, Depresión y Otros Fantasmas
Siento desinterés y apatía hacia todo, absolutamente hacia todo, incluso a la vida. Y aunque puedo levantar la mirada y ver hacia el futuro, las horas y días cercanos sencillamente no me satisfacen; quiero desaparecer, vivir un sueño placentero y ausentarme de este mundo por un rato. Entre la furia y depresión que embotan al corazón surge la confusión en mí; quisiera destruir todo aquello que me rodea, pero a la vez sé que no vale la pena, porque después de desatar mi enojo y exterminar, vendrá a mí un enorme pesar porque haberme traicionado y no actuar de acuerdo a mí.
Me siento como un dios magnánimo, observando como su creación se convierte en basura, sin poder nada para evitarlo. Aun con tanto poder, ser tan inútil para detener el destino eminente de su obra. Como dios, quisiera dejar libres a las tormentas, los terremotos, los huracanes, crear inundaciones y derramar fuego con azufre desde el cielo, sin tentarme el corazón sobre los gritos y las plegarias de aquellos que caen por tanta desgracia; pero ¿qué clase de ser sería si hiciera todo eso, sólo llevado por ira? Lo único que queda es dejar que las cosas continúen su curso, esperando que haya mejor días para todos.
Y aunque no soy un dios, sí siento una gran furia la cual podría patrocinar una serie de eventos vengativos y dañinos. Pero, ¿qué gano haciendo eso?, porque tampoco gano nada en dejar pasar las cosas, pues es insensato pensar que los malhechores sentirán remordimiento por aquello que han hecho concientemente, y regresaran para pedirme perdón y satisfacerme. No, eso no va a pasar, nadie regresara a mí; y si sucediera, debo considerar que el daño está hecho. ¿Quién sería si buscara destruir aquello que me hace daño? Creo que me haría igual a aquello que me provoca la corrosión en mis entrañas.
Otra vez me baje del carnaval de la vida, porque este me ha hecho mal. Pero no puedo vomitar todo ese malestar, ni tampoco cagarlo, orinarlo o sudarlo; tampoco hay alimentos o medicina que me quiten el mal. Tampoco me quiero quedar fuera del desfile, porque la soledad no siempre es lo mejor; sólo me queda entrar de nuevo a la fiesta, tragándome toda mi enfermedad y secando las lágrimas antes de que se derramen, y en quejidos sordos callar mi miedo y pánico.
No puedo poner mi fe en la constricción de los demás, ni en su sufrimiento (como si llegara como castigo divino); mucho menos en la aceptación de su mal y de su regreso por olvido y perdón. Lo más probable es que eso nunca pase, y por lo tanto, nunca llegaría el descanso a mí. Tampoco puedo darle rienda suelta a mi odio, porque este se puede regresar en mi contra.
Entonces, ¿quién soy… en qué me convertido albergando todo este malestar en mí?, ¿qué de valeroso o virtuoso hay en aguantar este odio y depresión en mis entrañas? No hay nada bueno en no poder pararme en mis dos pies y disfrutar el panorama. No hay nada de bueno en reprimirme y sacrificarme porque sí.
De ahí que quiera una vida nueva, un cuerpo nuevo y una nueva mente, para comenzar desde cero. Quisiera que mi pasado se borrara; quisiera una vida donde no sufra sólo por hecho de no saber cómo vivir. Quizá lo mejor sería que regresara a la época que era un niño, o me convierta en Peter Pan; otra opción sería sumergirme en mi mundo de fantasía, separándome de este plano físico, para no ser victima de la ignorancia, las indiscreciones y la inseguridad de los demás.
Hoy quiero reventar y que mis partes se hagan granitos de arena; quiero desintegrarme y no ser nada. Hoy quiero ponerle fin a todo aquello que hace menos; quisiera que la muerte llegara en un sueño placentero. Hoy no quiero ser yo, quiero ser nada y desvanecerme; quiero que el mundo siga su rumbo sin mí, que me olviden y mi nombre y mi ser no prevalezcan. También quisiera que otras personas sufrieran y sientan pena por este dolor que me acongoja, para que sepan que han actuado ruinosamente contra mí, sin que yo lo mereciera. Ya no quiero vivir vida que no es vida, y mucho menos si estoy atrapado en este laberinto de desesperación.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Meses en el Limbo
Es octubre… últimamente me he dado cuenta de eso. La realidad es que desde mi cumpleaños ala fecha, realmente no me he apegado mucho a los calendarios. Si me preguntan, podría saber cuándo hice qué, y deducir qué he hecho los últimos 2 meses y medio… pero francamente siento no haberlos vivido.
He pasado este tiempo como en una nube, en el limbo… aun no puedo creer que hayan sido ya dos meses. A eso hay que sumarle como el último año ha pasado, que ha sido rápidamente; ya ven que se dice que llegada cierta edad, el tiempo se pasa de volada.
Muchas cosas han pasado… no, no es cierto, muchas cosas no… pero lo que ha pasado puso en movimiento muchas cosas en mí; el carro aun no se detiene, todavía no retomo el control de los días o el tiempo. De hecho, últimamente he querido olvidarme de la agenda y el reloj, para dejar pasar los días tranquilamente, buscando no estresarme con compromisos, el trabajo o los quehaceres diarios. Después de la tormenta, llega una especie de calma; cuando digo eso pienso en los huracanes y sus consecuencias: después que ha pasado un huracán, sí, llega la calma, pero llega el momento en que se debe reconstruir aquello que la tormenta destruyó, levantar casas, recoger escombro… todo eso en la calma después de la tormenta.
El tiempo en el limbo es tiempo de introspección y retrospección. No debería ser así, al menos no para mí, porque me preocupo más por lo “por qués” más que por los “cómos”; tales actividades de análisis deberían ubicarme en el presente y ayudarme a ver el futuro, más que querer entender el pasado; he ahí mi error, pues quiero entender el pasado, para justificar mi presente, lo cual provoca que deje de disfrutarlo y vivirlo.
Eso es parte de un descubrimiento reciente acerca de mí: después de una situación desagradable, busco hacerme la victima. Curioso, porque concientemente busco que la gente no sepa qué pasa conmigo (“no quiero que sepan mis penas”, dice la canción); pero después de un evento sacudidor, busco refugiarme con mis amigos, hasta siento la necesidad de que alguien me ponga atención, me consienta y procure, algo así como una dama de compañía. Y no sólo eso, si no que en perspectiva de lo ocurrido, aunque realmente haya sido el perjudicado, busco una justificación para sentirme mal y deprimirme, más allá de la situación y a pesar de que haya hecho lo correcto.
No sé… bueno, sí, sí sé… más o menos… lo que pasa y por qué pasa. Son cosas aprendidas del pasado y mecanismos de defensa que se activan para “protegerme”… con lo cual ni el psiquiatra se quiere meter, porque realmente no importa como adquirí ese comportamiento, lo importante es cambiarlo. Eso quisiera yo también, pero me resulta difícil escapar de ellos; el médico dice que es porque casi no ejercito ciertos aspectos sociales, pues paso buen tiempo protegiéndome antes de que las cosas ocurran; si dejara que las cosas pasaran, y estas pasaran con más frecuencia, entonces sería más sano y no me enfrentaría a situaciones emocionales como la de los últimos dos meses.
En otras palabras: tiendo a cometer el mismo error. “Tropecé de nuevo, y con la misma piedra”, dice la canción; sinceramente no sé cómo describirlo, si es el precio por intentarlo, o el dolor por tomar una oportunidad. Lo cierto es que cual haya sido la situación me puso en un estado abismal, que me ha separado del mundo (un poco más de la cuenta). Ya voy de regreso… la misión es evitarlo, sin dejar de disfrutar y vivir, tratando de lograr aquellas cosas que aun deseo. Por como lo veo en este momento, lo veo difícil, muy difícil para mí; quiero creer que se puede lograr, porque no quiero estar aplastado todo el tiempo. Así que la siguiente ves que tropiece, evitaré caerme solo.