miércoles, 21 de octubre de 2009

Meses en el Limbo

Es octubre… últimamente me he dado cuenta de eso. La realidad es que desde mi cumpleaños ala fecha, realmente no me he apegado mucho a los calendarios. Si me preguntan, podría saber cuándo hice qué, y deducir qué he hecho los últimos 2 meses y medio… pero francamente siento no haberlos vivido.

 

He pasado este tiempo como en una nube, en el limbo… aun no puedo creer que hayan sido ya dos meses. A eso hay que sumarle como el último año ha pasado, que ha sido rápidamente; ya ven que se dice que llegada cierta edad, el tiempo se pasa de volada.

 

Muchas cosas han pasado… no, no es cierto, muchas cosas no… pero lo que ha pasado puso en movimiento muchas cosas en mí; el carro aun no se detiene, todavía no retomo el control de los días o el tiempo. De hecho, últimamente he querido olvidarme de la agenda y el reloj, para dejar pasar los días tranquilamente, buscando no estresarme con compromisos, el trabajo o los quehaceres diarios. Después de la tormenta, llega una especie de calma; cuando digo eso pienso en los huracanes y sus consecuencias: después que ha pasado un huracán, sí, llega la calma, pero llega el momento en que se debe reconstruir aquello que la tormenta destruyó, levantar casas, recoger escombro… todo eso en la calma después de la tormenta.

 

El tiempo en el limbo es tiempo de introspección y retrospección. No debería ser así, al menos no para mí, porque me preocupo más por lo “por qués” más que por los “cómos”; tales actividades de análisis deberían ubicarme en el presente y ayudarme a ver el futuro, más que querer entender el pasado; he ahí mi error, pues quiero entender el pasado, para justificar mi presente, lo cual provoca que deje de disfrutarlo y vivirlo.

 

Eso es parte de un descubrimiento reciente acerca de mí: después de una situación desagradable, busco hacerme la victima. Curioso, porque concientemente busco que la gente no sepa qué pasa conmigo (“no quiero que sepan mis penas”, dice la canción); pero después de un evento sacudidor, busco refugiarme con mis amigos, hasta siento la necesidad de que alguien me ponga atención, me consienta y procure, algo así como una dama de compañía. Y no sólo eso, si no que en perspectiva de lo ocurrido, aunque realmente haya sido el perjudicado, busco una justificación para sentirme mal y deprimirme, más allá de la situación y a pesar de que haya hecho lo correcto.

 

No sé… bueno, sí, sí sé… más o menos… lo que pasa y por qué pasa. Son cosas aprendidas del pasado y mecanismos de defensa que se activan para “protegerme”… con lo cual ni el psiquiatra se quiere meter, porque realmente no importa como adquirí ese comportamiento, lo importante es cambiarlo. Eso quisiera yo también, pero me resulta difícil escapar de ellos; el médico dice que es porque casi no ejercito ciertos aspectos sociales, pues paso buen tiempo protegiéndome antes de que las cosas ocurran; si dejara que las cosas pasaran, y estas pasaran con más frecuencia, entonces sería más sano y no me enfrentaría a situaciones emocionales como la de los últimos dos meses.

 

En otras palabras: tiendo a cometer el mismo error. “Tropecé de nuevo, y con la misma piedra”, dice la canción; sinceramente no sé cómo describirlo, si es el precio por intentarlo, o el dolor por tomar una oportunidad. Lo cierto es que cual haya sido la situación me puso en un estado abismal, que me ha separado del mundo (un poco más de la cuenta). Ya voy de regreso… la misión es evitarlo, sin dejar de disfrutar y vivir, tratando de lograr aquellas cosas que aun deseo. Por como lo veo en este momento, lo veo difícil, muy difícil para mí; quiero creer que se puede lograr, porque no quiero estar aplastado todo el tiempo. Así que la siguiente ves que tropiece, evitaré caerme solo.

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