Me he dado cuenta de algo en mi manera de hablar: algunos no lo soportan. No tiene nada que ver con mi tono o porque sea grosero. Más bien, algunos creen que la mayor parte de lo que digo es para molestar o criticar.
Hace algunos años, durante una mesa redonda (donde estabamos reunidos puros amigos) buscabamos decir lo que pensabamos de algunos, con el afán de hacer notar nuestras cosas buenas y las no tanto. Nuestro sensei nos dijo antes de comenzar: "Pero recuerden: tómenlo o déjenlo. Las cosas recíbanlas como de quien viene". A pesar de lo simple (quizá, trillado) de la frase, la enseñanza sobre qué cosas debemos tomar para uno y cuales no es sumamente bueno.
Por mi parte, hago muchos esfuerzos por seguir el consejo. Aunque a veces es difícil, más cuando la gente se asusta de lo que hablo y lo toma como crítica. Entonces, se lanzan a dar comentarios para restarme valor o hacerme quedar mal.
Y no es que no pueda defenderme, más bien, sigo otro consejo - bíblico - que dice: 'Sean prestos en cuanto a oir y lentos en cuanto hablar'. Así, me esfuerzo por no seguir adelante con la discusión, que - en la mayor parte de los casos - no tiene sentido, ni terminará bien.
En estas ocasiones, aquel proverbio popular se prueba verdadero: "El estúpido opina, el imbecil grita y el sabio calla".
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