La cafetería donde compro mi café de todos los días está en un complejo de edificios que el acceso de autos está custodiado por cámaras; cada vez que alguien entra, toma una fotografía del conductor. Esta mañana mi chofer (era un taxista, pero me gusta creer que diario hay un chofer diferente en diferentes limotaxis) posó y sonrió a la cámara. ¿La razón? El me explico: “Quisiera que cuando vean la foto alguien más sonría”. Estoy seguro que a ese alguien le hará el día ver la foto; a mí – sin ver la foto – me hizo el día. Y si bien eso ya ocurrió en agosto, quise compartirlo como parte de mi relato.
El pasado estuvo de visita mi cuñada, y con ella vino una de las sorpresas más agradables del año. No, ella no está embarazada, pero trajo con ella una amiga, que me referiré a ella (para fines prácticos) como La Pilla. La Pilla es sumamente agradable; de hecho, es una rockola andando; conozco gente que tiene bastas colecciones de música, pero creo que ninguna que las cante todas. Quizá me recordó un poco a mí, cuando todo era juegos y sonrisas, cuando era válido hacer y deshacer sin preocuparse por ‘el que dirán’, o caer ‘fuera de lugar’. Quizá me recordó la inocencia pre universitaria, pre empleo, pre sepa-su-madre-qué; especialmente la inocuidad del ser, sin perjuicios, con ganas de vivir y sacarle provecho a cada momento, a cada persona, pero siendo consciente de todo lo que ocurre. Me recordó una época en que incluso el enamorarse (o los sentimientos hacia alguien más) es limpio, puro, es bonito; que el sentido de pertenencia viene desde las entrañas, y cobra un significado incluso trascendental, en el que un beso es una promesa y nos llena escalofríos, temblamos de emoción y hace difícil esconder la excitación que nos invade; en ese contexto el sexo no tiene sentido, sale sobrando.
Así es, La Pilla me recordó la época en que era bonito enamorarse, o mejor dicho, las bondades de estar enamorado, de lo fantástico de estarlo. Me recordó la primera vez que me enamoré, de la primera vez que caí en ese océano de emociones y sensaciones. En esa regresión pude reafirmar mis propias ideas sobre buscar pareja, la razón de querer a alguien a mi lado. Para mí no se trata de satisfacción física o de compañía (al menos no el sentido de tener alguien con quien salir), sino de lo que se puede compartir y de cómo volver una relación única, algo irrepetible y especial. Creo que todo esto es suficiente explicación para concluir por qué sigo en búsqueda de ese ‘alguien’; y no es que no exista, porque ese ‘alguien’ ya se ha presentado en varias formas… solo no la ad-hoc para mí.
Después del descubrimiento y vivencia con La Pilla, el resto de julio se resume en que Samael se casó, dicho sea de paso, en una ceremonia muy particular (y debe ser así, porque nunca antes había presenciado a alguien usar la Marcha Imperial de Star Wars como sustituto de la tradicional Marcha Nupcial) y desde luego emotiva, en forma muy geek-emotiva.
La otra parte del resumen de julio incluye que comencé vacaciones en la oficia otra vez. Veamos si ahora si me duran un poco más, y les puedo sacar más provecho que las que tuve la última vez. Por lo pronto, estaré en un lugar temporal, tratando de estudiar y ponerme al día con el blog – porque sí está muy abandonado.
Hay algunas otras cosas de las que quiero platicar… pero creo que eso ya será mañana.
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