Mis amigos… los adoro a todos.
Anoche, me dieron una noche sin igual… la verdad. Quizá es porque venía muy estresado del trabajo, pero me la pase muy bien en casa de Niño, en el juevesitos.
Ni siquiera nos tiramos carro… fue demasiado sano. La charla, el ambiente… las conversaciones, la cerveza, el scotch, las dudas existenciales de Niño (y Taden en pleno papel de Sigmund Freud), las poses de la Piernuda, la Editadora con los pelos de punta (pero, pues mejor ‘que lo hagan ellas’), el Cuervo y Tulio ambientadísimos, Bola y L eran una botana… ay, no… qué padre.
No sé… no sé… no sé qué nos ha pasado últimamente, pero muy en el fondo en cada reunión nos queremos decir cuánto nos queremos y nos necesitamos. Cada fiesta es como una despedida, como si fuera la última vez que nos vamos a ver.
Ahora siempre hay un motivo para reírnos y charlar. Echar el chisme a gusto y recapitular en esos años que nos parecieron mejores; pensar en esos años que se ven tan lejos, pero que nos fascinaron más (y en unos años los pondremos en un altar y recordaremos con anhelo esta era).
Después de un día de trabajo… es el mejor regalo que se le puede dar a alguien como yo. Mis amigos… los adoro a todos. Lastima que no pude quedarme más tiempo, porque trabajaba el viernes y me esperaba un día pesado. Me fui feliz.
Ah, pero ahí no terminó. Al llegar a la casa, me topo a Samael en el messenger; los dos tuvimos una conversación, que espero me ayude a realizar una pequeña aventurita… una que seguramente… nah, primero la vivo y luego les digo. Samael… como siempre, un placer. Gracias.
Por favor, nunca pierdan la oportunidad de decirle a alguien que lo quieren, cuando de verdad lo quieren (no se esperen a la peda, porque todo el mundo se quiere en las pedas, pero no siempre es así… “es que yo te quiero como mi hermano, wey”… eso me recuerda a Fallito). Yo los quiero a todos.
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